lunes, 14 de enero de 2013

¿Muerte a los sindicatos?


Recuperamos un artículo de Iñaki Gabilondo que vuelve a estar de actualidad gracias al PP

Nueva moda. Rajar de los sindicalistas.
Algo fácil y barato, por cierto. Lo llevan en la
solapa ciertos políticos, lanzando mensajes
subliminales sobre su actual falta de utilidad
para los trabajadores, politización,
corrupción, derroche económico. Resulta
curioso: Los mismos que alientan al escarnio
público, suelen lanzar piedras cargadas por
sus propias mezquindades.
Además, la destrucción del sindicalismo hace mucho más  fácil la labor de los
gobernantes, sin movilizaciones ni huelgas, especialmente la de quienes dirigen tras la
cortina. Qué bien estaríamos si no existieran los sindicatos, piensan algunos.
El problema es que esa frase por la que suspiran los gobernantes "Qué bien
estaríamos sin sindicatos" empieza a calar entre la gente de a pie, con un discurso
cargado de improperios, gritos, oportunismo, mala leche y, sobre todo, un enorme
vacío de argumentos que se resume en: "Para lo que hacen, mejor que no hagan
nada", "Por mi los echaba a todos y los ponía a trabajar", "Están vendidos, no se
mueven, no están con los trabajadores". Luego terminan reservándote para el final el
placer de oír la raída historia de: "Conozco a uno que está de liberado sindical.".
Confesar ser liberado sindical, en estos tiempos que corren, es un auténtico
pecado capital. Mejor inventar cualquier otra cosa antes de que te descubran. Te
pueden acechar en cualquier esquina, a cualquier hora: sacando dinero, haciendo la
compra, recogiendo a tus hijos en el colegio. Cualquier lugar y excusa es buena, para
utilizar como insulto la palabra "sindicalista".
Se puede ser banquero chupasangre, se puede ser político en cualquiera de sus
muchos cargos (concejal, alcalde, o delegado provincial.) y trincar todo lo que se
quiera, aceptar sobornos y trajes, realizar chantajes, revender terrenos públicos,
recortarle el sueldo a los trabajadores o directamente despedirlos sin indemnización. Se
puede, incluso, aumentar el recibo de la luz a los pensionistas hasta asfixiarlos, o salir
en fotos besando niños y ancianos mientras los colegios y asilos se caen a trozos,
cobrar dos o tres sueldos en tres cargos diferentes, declarar a hacienda que se está
arruinado mientras se cobra de mil chanchullos distintos, para que su hijo obtenga la
beca que le permita comprarse una moto a costa del Estado.
En este maldito país se puede ser lo que se quiera, pero no sindicalista.
Nadie se acuerda ya de la última huelga, aquella en que nadie de la empresa fue,
excepto los dos afiliados que perdieron el sueldo de aquel día, para que luego se
firmara un acuerdo que les subió el sueldo a todos. Incluso a aquellos que escupieron
sobre la huelga.
O de Luís, ese hombre que estuvo 30 años cotizando, y que gracias a la prejubilación
que se consiguió en su momento, puede ahora, con 60 años y despedido de su puesto,
tirar para adelante sin necesidad de buscar un trabajo que nadie le ofrecería.Recuerden también a Marta, la chica de 23 años que estuvo aguantando un jefe
miserable con aliento a coñac, que le obligaba a hacer más horas extras para tener un
momento de intimidad donde poder acosarla mientras le recordaba cuándo le vencía el
contrato. Hasta que su mejor amiga la llevó al sindicato y, gracias a una liberada
sindical, ahora el tipo ha tenido que indemnizarla hasta por respirar.
Son muchos los que les deben algo a los sindicatos, y a los sindicalistas: El maestro
que pudo denunciar al padre que le pegó en la puerta del colegio, los trabajadores que
consiguieron que no les echaran  de la RENAULT, la chica que pudo exigir el
cumplimiento de su baja por maternidad en su supermercado. Porque también fue una
liberada sindical la que se puso al teléfono el día en que despidieron a Julia, la chica de
la tienda de fotos, y le ayudó a ser indemnizada como estipulan los convenios; y aquel
otro joven que movió cielo y tierra para arreglarle los papeles al abuelo para procurarle
una paga medio-decente, porque los usureros de hace 30 años no lo aseguraban en
ningún trabajo. Para qué recordar las horas al teléfono
escuchando con paciencia a cientos de opositores a los que no aprobaron, gritando e
insultado porque en el examen no les contaron 2 décimas en la pregunta 4. O el otro
compañero sindicalista, el que denunció a la constructora que se negaba a indemnizar a
la viuda de su amigo Manuel, que trabajaba sin casco.
Ya nadie se acuerda de dónde salieron sus vacaciones, los aumentos de sueldo
que se fueron consensuando, el derecho a una indemnización por despido, a
una baja por enfermedad, o a un permiso por asuntos propios.
Esta sociedad del consumo, prefiere tirar un saco de manzanas porque una o dos están
picadas, por muy sanas que estén el resto. Los precedentes televisivos: entrenadores
de fútbol, famosos de la exclusiva en revistas, y demás subproductos, se convierten en
clinex de usar y tirar dependiendo de las modas. Ahora, en un momento en que los
trabajadores deben estar más juntos, arropados y combatientes contra quienes
realmente les explotan, aparecen grietas prefabricadas en los despachos de los altos
ejecutivos, ávidos de hincar más el diente en el rendimiento de la clase trabajadora.
¿Quién tirará la primera piedra?. ¿Serán los políticos gobernantes, o los banqueros
quienes hablarán de dejadez o vagancia?. ¿Tendrán capacidad moral los jueces o los
periodistas, de hablar de corrupción en las demás profesiones?. ¿Serán más idóneos
para iniciar lapidaciones, los super-empresarios del ladrillo?. ¿En qué profesión se
puede jurar que no existen vagos, corruptos, peseteros, o ladrones?.
¿Preguntamos mejor entre la Iglesia o la Monarquía.?. Pero qué fácil resulta
rajar en este país. Siembra la duda, y obtendrás fanatismo barato.
Qué bien asfaltado les estamos dejando el camino a quienes realmente nos
explotan cada día. ¡Acabemos con los sindicatos!. Sí. Dejemos que la patronal
y los bancos regulen los horarios, las pensiones, los sueldos, las condiciones
laborales y los costes del despido. Verán cómo nos va a ir con la reforma del
mercado laboral, cuando los sindicatos dejen de existir y no puedan
convocarse huelgas ni manifestaciones.
Verán qué contentos se pondrán algunos cuando sepan que ya no estarán obligados a
pagar las flores de los centenares de trabajadores que mueren todos los años, a costa
de sus mezquindades.

Iñaki Gabilondo.