viernes, 13 de septiembre de 2013

Cuando al compañero lo convierten en competencia


Uno de los pilares del neoliberalismo es fragmentar a la ciudadanía haciéndole creer que el individuo solitario, además de grandioso, es portador de todo el valor necesario, sin necesidad de la comunidad. Margaret Thatcher nos convenció de que todos éramos propietarios capitalistas con solo comprar en Bolsa diez mil pesetas en acciones de una multinacional. También nos dicen que, con Internet y desde casa, cada uno de nosotros es un poderoso medio de comunicación y hasta un agente político que lucha a golpe de firmas virtuales. Lo último de la “democracia de propietarios” -porque en eso consiste su concepto de democracia, en ser propietarios- es el emprendedor. Eliminado el concepto de clase social, ahora toca combatir la dicotomía empresario/trabajador.
La flexibilización, la precarización y la subcontratación crean las condiciones legales adecuadas. Según el nuevo discurso, el desempleado solo tiene que aprovechar las “oportunidades” que surgen ante la crisis y convertirse en un emprendedor. Ya no necesita la contratación, ni al empresario, él será el empresario, dueño de su destino y de su fuerza de trabajo. Fontanero, carpintero, periodista, arquitecto… no importa su profesión, la oportunidad de iniciarse en la senda del emprendedor le está esperando. Ya no será un asalariado servil, gestionará su fuerza de trabajo, rentabilizará en su exclusivo beneficio su talento e iniciativa. Y todo en igualdad de oportunidades con el resto de profesionales, sin desventaja ninguna.
Lo explicó recientemente el embajador saliente de Estados Unidos en España, Alan Solomont, en un artículo de El País: “Hemos dedicado algunos esfuerzos a intentar que aquí también, como ocurre en EE UU, los jóvenes quieran ser el próximo Steve Jobs, Bill Gates o Mark Zuckerberg”.
Los medios también ayudan a ensalzar al emprendedor. Un joven de veintinueve años debe sobrevivir sacando cada noche la basura de sus vecinos por cincuenta céntimos y el periódico dice: “Jesús Pardel es un producto de la crisis, un emprendedor a pequeña escala, un almacén de ingenio desesperado”. O esta otra noticia que cuenta que “un parado de treinta y tres años pone en marcha una web para encontrar trabajo en la que da consejos e información. En tres meses ha recibido 15.000 visitas y se han puesto en contacto con él cientos de personas a través de LinkedIn”. Conviene reforzar la idea fundadora del neoliberalismo, según la cual los pobres siempre pueden protagonizar historias de éxito y lograr avanzar en la escala social. Pero la información es pura charlatanería, la verdad es que el hombre, con dos carreras universitarias terminadas con matrícula de honor, abrió la web para encontrar trabajo y siguen sin tenerlo. Sus miles de visitas no son ningún éxito, es la desesperación de otros miles que, como él, buscan un empleo.
La ministra de Empleo presenta con entusiasmo el plan Tarifa Plana para jóvenes emprendedores, que se llama así porque serán 50 euros lo que tendrán que pagar de cuota a la Seguridad Social durante los primeros meses cuando se den de alta como autónomos. Lo que no se cuenta en el mito del emprendedor es que, como dueño de su futuro, deberá “invertir” en su seguridad y pagarse su seguro de salud, su fondo de pensión, comprar todo el material e instrumental, acondicionarse el lugar para ejercer su trabajo, asumir los gastos corrientes, buscarse los clientes, gestionar su facturación y pago de impuestos. Y, aunque parezca que no tiene patrón, la plusvalía no desaparecerá, trabajará como subcontratado para una gran empresa que se llevará todos los beneficios y ni uno de los costes que hasta ahora asumía el empresario.
Pero lo más importante, la gran victoria del nuevo discurso, es que ya no hay compañeros de gremio. Aquello de los “compañeros del metal” con los que uno se reunía en asamblea y después se movilizaba por mejores condiciones laborales se ha terminado. Esos compañeros, por si no se ha dado cuenta el nuevo emprendedor, son la competencia. Hay que preparar un presupuesto más bajo que el de ellos, echar más horas que los demás para terminar lo contratado antes, ahorrar lo máximo en gastos, aunque sea obviando medidas de seguridad o cobrando en negro. El neoliberalismo dispersa a las clases y grupos sociales que pueden enfrentarlo y los disuelve en relaciones de competencia individualista donde los compañeros pasan a ser contrincantes. Y, encima, nos convence de que ahora somos más libres y es un momento de oportunidades.
Pascual Serrano

¿Mejor dentro o fuera del euro?


¿Mejor dentro o fuera del euro?

Publicado en Público.es el 19 de septiembre de 2013
Desde que se planteó la entrada de España en el euro, e incluso en la Unión Europea, los grupos de poder y los gobernantes de turno han procurado soslayar el debate público, plural y democrático sobre sus ventajas e inconvenientes reales.
Desde el principio se trató de convencer a la población de que nuestra pertenencia a ambos clubs no tendría nada más que efectos positivos, así que quienes tratábamos de levantar la voz para mostrar lo contrario fuimos tachados siempre de iluminados, cavernarios o excéntricos.
La realidad creo que ha demostrado que el camino emprendido ha estado lleno de muchas más dificultades e inconvenientes  de las que nos dijeron al iniciarlo y que el saldo final no es tan claramente favorable a nuestros intereses como se daba por hecho. Y, en cualquier caso, me parece indiscutible que la carencia de debate y la falta de claridad a la hora de poner sobre la mesas los costes y beneficios que los diferentes grupos sociales soportamos por pertenecer al euro son una clara muestra de las carencias reales y muy importantes que tiene nuestra democracia.
Soy plenamente consciente de que el asunto no se resuelve en una pocas líneas pero como una muestra más de que la realidad no es la que nos quieren hacer creer me parece oportuno traer aquí los datos bastante significativos que proporciona John Weeks, economista y profesor de la Universidad de Londres, en un artículo reciente (Join The Euro? Yes, For Lower Growth).
Aunque sabemos que el Producto Interior Bruto (PIB) no es un indicador adecuado para conocer el estado real de una economía (entre otras cosas, porque el PIB deja muchos factores y costes y beneficios fuera, como los ambientales; porque no valora más que las actividades que tienen expresión monetaria; o porque desconoce todo lo que tenga que ver con la calidad o con los efectos de la actividad económica), podemos utilizar en este caso su tasa de crecimiento para comparar lo que ocurre dentro y fuera del euro. De hecho, esa tasa es la que usan los economistas convencionales para evaluar la situación en la que se encuentran las distintas economías, afirmando que van bien y que se crea empleo cuando crece y que van mal y aumenta el paro si disminuye.
Pues bien, al respecto es interesante comprobar lo que ha ocurrido con los 12 países de la Unión Europea que a partir de 1999 (Alemania, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y España) o 2001 (Grecia) entraron a formar parte del euro con lo sucedido en los 10 que no entraron en la unión monetaria (Chequia, Chipre, Dinamarca, Estonia, Hungría, Polonia, Eslovaquia, Eslovenia, Reino Unido y Suecia), a los que Weeks añade Noruega, al tratarse de una economía plenamente integrada en el espacio económico europeo.
Los datos son claros. Entre 2000 y 2007, en la etapa de expansión económica, los países que formaban parte del euro tuvieron un crecimiento promedio anual del 2,8%, mientras que los que no formaban parte de él alcanzaron una del 4,3%.
Es decir, que hubo una diferencia muy notable (de 1,5 puntos) a favor de los países que permanecieron fuera del euro, una diferencia que sería aún mayor (de 2 puntos) si se tomara el periodo de 2002 a 2007.
En el siguiente periodo de crisis que va del primer trimestre de 2008 al segundo del año actual, 2013, se vuelve a registrar la diferencia a favor de los países que se quedaron fuera de la unión monetaria europea.
Para esta fase ya había 16 países dentro del euro (Alemania, Austria, Bélgica, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Holanda, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Portugal y España y sin contar Malta por falta de datos), que registraron un crecimiento promedio anual negativo del -0,7%.
Sin embargo, los 7 países que permanecían fuera del euro (Chequia, Chipre, Dinamarca, Hungría, Noruega, Polonia, Reino Unido y Suecia), registraron un tasa promedio anual de crecimiento positiva, del 0,4% (que sería del 0,6% si se excluyera al Reino Unido que en materia de austeridad se ha comportado en ese periodo prácticamente igual que los países del euro).
Pero el peor rendimiento de los países del euro, en cuanto a crecimiento económico se refiere, es aún más evidente en esta etapa de crisis si se distinguen dos fases dentro de ella. Una primera marcada por la política de estímulos a la actividad, hasta mediados de 2010, y otra segunda de políticas de austeridad en el seno de la Eurozona, desde 2010 hasta ahora.
Se comprueba fácilmente que el estímulo permitió a las economías de dentro y fuera del euro recuperar el crecimiento: gracias a esas políticas, las economías del euro pasaron de las tasas negativas de 2009 a registrar un crecimiento positivo del 2,2% a mediados de 2010. Sin embargo, a partir de este último año se pusieron en marcha las llamadas políticas de austeridad que han conducido a registrar de nuevo una tasa de crecimiento del PIB negativa (del -1,5%) tres años más tarde en los países de la Eurozona.
Por su parte, el impacto de las políticas de estímulo en el crecimiento de los países que se mantenían fuera del euro fue mayor mientras que la caída posterior, cuando la austeridad deterioró el clima general, fue menor, pues han llegado al segundo trimestre de 2013 con una tasa de crecimiento positiva del 0,4%, y sin que apenas se haya registrado (salvo muy levemente en dos trimestres) una tasa de crecimiento negativa.
La conclusión a la que llega John Weeks es clara: pertenecer al euro ha supuesto una penalización en términos de crecimiento económico a las economías que forman parte de la unión monetaria de 1,5 puntos porcentuales en la fase de expansión y de 1,1 puntos en la de crisis.
Aún a sabiendas de que hay que tener en cuenta otros factores, lo cierto es, por tanto, que pertenecer al euro se ha demostrado como una circunstancia que genera menor crecimiento de la actividad económica, mientras que haber permanecido fuera está asociado a tasas más elevadas de crecimiento de las economías. A la luz de los datos puede afirmarse, pues, que no son ciertas las virtudes que se dicen que son indiscutibles e intrínsecas a la pertenencia a la unión monetaria europea. Bien porque está muy mal diseñada (por asimétrica y por favorecer solo a algunos países), bien porque las políticas que se aplican son contraproducentes para la actividad y el empleo, lo cierto es que pertenecer a ella tiene costes explícitos en términos de crecimiento económico.
Por tanto, es muy posible que fuera del euro le hubiera ido mejor a la economía española en su conjunto, aunque no, desde luego a los grandes grupos empresariales, inmobiliarios, industriales y financieros españoles y extranjeros que han casi monopolizado sus ventajas. Parece entonces evidente que es obligado poner sobre la mesa este tipo de datos y debatir con rigor y pluralidad sobre dónde nos conviene más estar porque las cosas no son tan evidentes como nos han querido y nos quieren hacer creer.
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La religión neoliberal


Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 12 de septiembre de 2013
Este artículo señala que el pensamiento neoliberal dominante ha alcanzado unos niveles de creencia característicos de las religiones que se construyen sobre la fe más que en la evidencia científica. El artículo señala ejemplos de ello.
Hoy, la religión dominante que rige el quehacer de la mayoría de gobiernos a los dos lados del Atlántico Norte no es la religión cristiana, sino un sistema de creencias que tiene su propia ideología y narrativa, con popes y sacerdotes, altamente promovidas en los medios, que en gran manera están financiados o son altamente dependientes de una fuerza no divina, sino humana, centrado en el grupo de presión político y mediático más importante del mundo occidental: el capital financiero, en el cual la banca juega el papel central.
Y utilizo la expresión “religión” (sin ánimo de ofender o insultar a la feligresía de tal creencia), puesto que las bases en las que se fundamentan esas creencias son dogmas, que se sostienen a base de fe y no de evidencia científica. Constantemente, en los programas de economía patrocinados en los mayores medios de información (véase el programa E-Konomía, de La Vanguardia o los programas económicos de Catalunya Ràdio o TV3) se presentan posturas claramente ideológicas como si fueran científicas (pertenecientes a las “ciencias económicas”), cuando toda la evidencia existente muestra la falsedad y/o error de tales creencias. Y a base de repetirse día tras día, se convierten en dogmas generales incorporados en la cultura general.
Encontramos múltiples ejemplos de estos dogmas. Uno de ellos es la necesidad de reducir el déficit público, pues de no reducirlo se incrementará la deuda pública, lo cual creará un problema grave, pues cuando la deuda alcance altos niveles (algunos gurús de la Harvard University dijeron 90% del PIB) los países tendrán enormes dificultades en conseguir prestado dinero. Se asume así que los Estados no podrán pagar esta deuda pública y perderán la confianza de los mercados financieros, con lo cual ser será muy difícil conseguir dinero prestado, forzándoles a tener que pagar intereses altísimos en sus bonos públicos para poder venderlos. Y se cita a España como un ejemplo de ello. Hasta aquí el dogma neoliberal.
Veamos ahora la evidencia que avala o falsifica tal dogma. Y hay un caso clarísimo de que este dogma no es creíble. Me estoy refiriendo al Japón, cuyo gobierno estuvo también imbuido de tal dogma por muchos años, hasta que un gobierno (conservador, por cierto), decidió romper con ese dogma y tomó decisiones contrarias a la sabiduría convencional que reproduce la Troika en la Unión Europea (es decir, el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo). Decidió, pues, aumentar el gasto público de una manera muy, pero que muy acentuada, disparándose el déficit público hasta alcanzar una cifra equivalente al 10% de su PIB, permitiendo que su deuda pública alcanzara el nivel de 245% del PIB. Consecuencia de ello es que la economía, que había estado prácticamente paralizada desde hacía mucho tiempo (estancada como resultado de las políticas neoliberales) creció rápidamente, creciendo un 3,6% sólo ya en el primer trimestre de este año.
Y lo que es incluso más importante es que tanto el desempleo como el porcentaje de la población ocupada han mejorado también de una manera muy notable. La tasa de ocupación ha aumentado un 0,6% por año, seis veces más que en EEUU (en términos estadounidenses ello hubiera implicado 1.3 millones más de puestos de trabajo en seis meses) y casi doce veces superior al promedio de los países de la Eurozona, donde esta tasa ha estado disminuyendo de una manera más que alarmante.
Según el dogma neoliberal, estas políticas expansivas deberían haber tenido un impacto desastroso en dos frentes. Según este dogma, la deuda creada del 245% del PIB debería implicar que la desconfianza de los mercados financieros sobre la posibilidad de que el Estado japonés pagara la deuda fuera enorme, forzándoles a pagar unos intereses de su deuda pública elevadísimos. Pues bien, los datos señalan lo contrario. Los intereses de los bonos públicos (a largo plazo, 10 años) del Estado japonés son de los más bajos del mundo (0,8%). El pago del Estado en intereses de la deuda pública representa solo un 0,9% del PIB, también uno de los más bajos del mundo. Varias son las causas de esta situación, pero una de gran importancia es que Japón tiene un Banco Central (que no tienen ni España, ni la Unión Europea ni la Eurozona) que está dispuesto a imprimir dinero y con ello comprar tantos bonos públicos del Estado como sea necesario (cosa que el BCE no hace).
Y ahí está una de las mayores causas de que los países periféricos de la Eurozona tengan unos intereses escandalosamente altos en sus bonos públicos. Sus Estados no están protegidos frente a la especulación de los mercados financieros, con lo cual, la banca les fuerza a pagar unos intereses altísimos que reducen considerablemente sus recursos (causa de los recortes de gasto público social). Y este diseño del BCE no se debe a la incompetencia, sino a una política neoliberal diseñada para debilitar a los Estados y cargarse sus Estados del Bienestar. Si usted, al leer estas notas, se cree que cuando yo hablo de “diseño” por parte del capital financiero (en su desarrollo de la estructura financiera de la Eurozona) es síntoma de paranoia (como algunos críticos me han insultado), le aconsejo que se lea, no la historia oficial de la UE, sino los documentos que se están publicando sobre como se construyó el BCE (ver mi blog www.vnavarro.org, sección Economía política), y espero que pierda su ingenuidad. Es importante por su bien y el de su país que la pierda tan pronto como sea posible.
Una última observación. Otro dogma que se está mostrando por lo que es, es el de que la impresión de dinero por el Banco Central creará inflación. Pues bien, el Banco Central japonés ha impreso millones y millones de yenes y la inflación continúa siendo muy baja, demasiado baja según este Banco Central, de manera que está imprimiendo más y más dinero hasta que la inflación suba a un 2%, lo cual iría bien, pues podría facilitar así la reducción de la deuda pública.
Termino, pues, así, no sin agradecer antes a mi amigo Dean Baker (director del Center for Economic and Policy Research, de Washington DC) por su excelente artículo “United States Trails Basket Case Japan: But Deficit is Down”, publicado en su blog, y del cual obtengo todos los datos presentados en este artículo.