jueves, 31 de octubre de 2013

Yo, que también soy industria, soy tú.

Yo, que con dieciséis años empecé a trabajar con contrato de prácticas en una empresa del metal, me levantaba a las siete de la mañana para ayudar en casa con mis hermanos pequeños dándoles el desayuno y llevándolos al cole. Entraba a trabajar a las nueve y plegaba a las doce haciendo así mi aprendizaje en el mundo laboral. De vuelta a casa acompañado de mi bici recogía a mis hermanos en el colegio y los llevaba a casa para que comieran. Comía junto a ellos mientras preparaba la mochila apresurado ya que, desde las tres hasta casi las diez de la noche, cursaba segundo grado de FP en la especialidad ‘electromecánica / electrónica’. Volver con la bici a esas horas era una aventura ya que el instituto estaba a las afueras del pueblo; otra aventura distinta era volver a despertarme por la mañana después de haberme ido a dormir de madrugada por quedarme haciendo los deberes, láminas de dibujo...pero yo, también soy industria.

Yo, esperaba tapado hasta las orejas con el traje de la empresa puesto y una chaquetilla de lana que me hizo Carmen, mi mujer; una bufanda y unos guantes casi tan cansados como las manos que dormitaban todavía dentro de ellos, acompañado siempre de la soledad, el silencio y el vaho de las frías noches a que llegasen Carlos, Pedro, Marquitos en el coche de Santiago. Compartíamos transporte para reducir gastos, ¡con la de coches y combustible que tocamos a lo largo del día!.
Carlos y Pedro estaban al principio de la cadena, por donde entraba el chasis y se montaban las primeras piezas, Marquitos era el verificador del primer tramo de cableado, Santiago era el de control de calidad y yo estaba casi siempre instalando el motor. A veces estaba en la fase de los motores o en la de puertas ya que se me daba bien cualquiera de los dos puestos.
Recuerdo que un día Carmen, con el lío de hacer la cena mientras yo bañaba a las niñas, se olvidó de poner embutido en el bocadillo y a la hora del almuerzo y dar el primer mordisco descubrí que estaba vacío. Primero los compañeros se rieron e hicieron alguna que otra broma pero en apenas veinte segundos, se hizo un silencio amable y empezaron a darme una rodaja de cada uno de los embutidos de sus bocadillos. Siempre fuimos como una familia; con nuestros problemas internos, nuestras luchas sindicales por mejorar todos juntos, nuestras rencillas...pero una familia, porque éramos iguales, éramos lo mismo. Yo...yo también soy industria.

Yo, por tradición familiar más que por vocación, acabé en la mina en la que mi abuelo Pedro y mi tío Ginés murieron. Mi padre, hermanos...todos éramos mineros y desde la madrugada hasta bien entrada la noche luchábamos contra la madre tierra. Picando, excavando, barrenas, picos...en nuestros rostros llevamos el sufrimiento, dicen; yo digo que simplemente no somos agraciados estéticamente, pero sabemos bien que el dolor, el miedo, el sudor y la sangre propia o de otros se queda marcada en el rostro de por vida.
En una ocasión vimos como los compañeros en primera línea de galería empezaron a correr agitando las manos y gritando para que corriéramos; así lo hicimos. Recuerdo que solté la carretilla a un lado para que nadie tropezase en la huída y empecé a correr mientras veía un poco más adelante a mi hermano Antonio haciéndome señas para que corriera más. Cuando llegué a su altura me agarró con fuerza del brazo y tiró de mí hacia un lateral de la galería que era una especie de hueco excavado donde dejábamos por la noche una serie de utensilios. Escuché una fuerte explosión y Antonio se tiró sobre mí como para protegerme.
Pude ver el fuego de la explosión correr por toda la galería, escuché gritos seguido de un silencio sepulcral. Mi hermano Antonio tenía la espalda algo chamuscada pero, por suerte, la llamarada no traspasó la ropa. Peor suerte tuvo Marcial, el hombre que gesticulaba con las manos para que corriéramos; el hombre que avisó a todos los que estábamos allí para que huyéramos de lo que vio claramente que sería posiblemente su propio final. El mismo hombre que no puedo quitarme de la mente con sus aspavientos y la mirada aterrada mientras corría, pero como si de un imán se tratase, la mina vuelve a llamarnos y volvemos una y otra vez y es que yo...yo también soy industria.

Yo, despertaba perezosa y cansada, como si no hubiera dormido. No sé por qué motivo pero, quizás por estar acabando la década de los setenta y ya que ansiamos tanto el cambio a los ochenta, parece que los días cada vez son más largos.
Un café sin nada más para despertarme y un pequeño trozo de pan acompañado de una manzana esperando en el mármol de la cocina me esperan como almuerzo en la fábrica. No podemos permitirnos mucho más en éstas fechas; se acerca navidad y tenemos que ahorrar todo lo posible para poder comprarle a los niños aunque sea un juguete para los Reyes. Corren tiempos difíciles y, ya que durante el año no podemos tener un triste detalle con ellos, que al menos no pierdan la ilusión de la navidad, de crecer mejores, de cambiar un día éste mundo y éste sistema en el que estamos entrando poco a poco.
Tengo una compañera argentina que trabaja a mi lado que siempre me dice ‘la inflasión es como una locomotora, vos corrés pero ella siempre corre más’. Me hacía mucha gracia cada vez que lo decía pero no me reía porque si doña Juana nos veía reír se enfadaba muchísimo. Quería que no levantásemos la cabeza de la máquina en todo el día; decía que si nos despistábamos nos podíamos coser la mano, ¡como si le importase algo!. De ser así al menos nos tendría contratadas y no nos haría trabajar a destajo, que entre el trabajo, la casa, los niños...una acaba rendida.
Andrés, mi marido, hace todo lo que puede en casa, pero trabaja ocho horas en la fábrica y cuando acaba se va al taller de un amigo y hace cuatro o cinco horas más porque si no lo hace, no podemos pagar la hipoteca, el colegio, la luz, el agua...y bastante lloré el año pasado cuando tuvimos que decirle a los niños que no podían ir de colonias con sus compañeros de clase porque no lo podíamos pagar. Lo pasamos muy mal e incluso Andrés estuvo un tiempo muy deprimido, pero seguimos adelante porque somos clase trabajadora, porque sabemos sufrir hoy para vivir mañana y es que yo...yo soy industria.

Yo, que dejé los estudios con catorce años, allá por el ochenta y seis, entré a trabajar junto a mi padre en el taller donde él trabajaba. El señor Martín aceptó los ruegos de mi padre y al final me incorporó en plantilla evidentemente sin contrato y al poco tiempo pasé de barrer, recoger ferricha y cambiar los capazos de piezas a los hombres que trabajaban en la empresa, a llevar la transfer y mi propio torno. La transfer me costó un par de enganchones en las mangas de la sudadera vieja y prestada por mi padre pero al final, después de algún que otro susto y más de una bronca por parte del señor Martín, conseguí dominarla por completo. El torno era del tipo revólver y me costó mucho menos que la transfer, supongo que por ponerle más atención.
Los pies empapados en aceite y las botas militares heredadas de mi hermano mayor recubiertas de serrín húmedo y enganchado. El chándal debajo de los viejos pantalones de mecánico y los sabañones en los dedos por culpa de los madrugones, el frío del taller y la taladrina sumado a los enganchones en los dedos por las balonas de latón eran parte de mi bandera. La misma bandera que guarda la cara de tristeza de mi padre cada vez que el señor Martín me recriminaba que las piezas no salían todo lo bien que deberían, pero esa bandera, esa bandera soy yo...y yo, también soy industria.

Porque la patronal nos bloquea la negociación del convenio del metal, nos agrede y vacila en las reuniones donde una serie de señores con traje miran por encima del hombro a los que al fin y al cabo les pagamos los sueldos con nuestro trabajo. Nos sentamos con la única fuerza de nuestros conocimientos adquiridos con el paso de los años y la experiencia de mucha lucha; de nuestra lucha y la de miles de compañeras y compañeros del ramo que con su apoyo, su afiliación al sindicato, su tiempo, esfuerzo, dedicación y ánimos, han hecho del metal un estandarte en la lucha de la clase obrera. 

Nosotras y nosotros, los mismos que tenemos la misma dureza en las manos por el trabajo que en la mirada por todo lo que hemos vivido decimos ¡BASTA!. Vamos a sacar éste convenio adelante cueste lo que cueste y lo vamos a hacer desde la lucha y la unidad de todas y todos porque tu, ella, vosotros, yo….somos INDUSTRIA.

Por la firma de un convenio digno, #YoIndustria